Según indicaciones de la FAO, más de 795 millones de personas en el mundo sufren de hambre, sobre todo en los países en vías de desarrollo. Esta situación no mejora a pesar de que la producción agrícola esté aumentando. El hambre es un problema de la distribución y del acceso a una alimentación adecuada. La desnutrición y la malnutrición (más de 600 millones de personas en los países industrializados sufren de sobrepeso y obesidad) aparecen por los mismos motivos: la destrucción de la soberanía alimentaria local y regional y la separación de la producción y del consumo de alimentos.
Las mujeres y los hombres que se dedican a la producción a pequeña escla son quienes proveen la mayor parte de los alimentos en el mundo. La agricultura practicada por estas personas presta una contribución imprescindible a la lucha contra el hambre y la pobreza, así como a la conservación de los recursos naturales y del medio ambiente. Los sistemas campesinos de producción agrícola, así como la pesca y la ganadería a pequeña escala y los conocimientos inherentes a cada uno de estos sistemas juegan un papel decisivo a la hora de conservar y renovar la biodiversidad, conseguir una alimentación nutritiva y saludable y asegurar la soberanía alimentaria.
No obstante, los pequeños productores y otras personas que trabajan en el campo pertenecen a las partes más pobres de la población, apenas se encuentran representados políticamente en la mayoría de los países y se ven afectados de manera primordial por la globalización y el cambio climático. La especulación con alimentos y las tierras de cultivo, así como las subvenciones estatales a la agricultura industrial amenazan su existencia. La destrucción del medio ambiente, la erosión, la contaminación del suelo por productos agroquímicos y la escasez de agua causan el éxodo rural y los movimientos migratorios a escala mundial.